viernes, 11 de diciembre de 2009

Galicia Sànchez David

Ensayo de Neurohumanidades

Desde el inicio de los tiempos, los seres humanos buscaron explicaciones a los fenómenos que los circundaban; fue así como la relación causa – efecto vino moldeando las explicaciones subyacentes al acontecer cotidiano, siempre de la mano del razonamiento humano y de la sempiterna curiosidad del hombre.

Con el correr de los siglos, dioses, ideas y explicaciones científicas han sido empleados por generaciones para develar los misterios que en cada etapa de la historia motivaron el ánimo de hombres y mujeres para explicar el mundo, en un intento por resolver la pregunta universal “¿Por qué?”.

Poco a poco la ciencia le ganó terreno a la mitología, con todas sus divinidades, así como a los filósofos y sus planteamientos ideológicos, con el fin de construir argumentos sólidos y asibles que moldearían el conocimiento de todo aquello que nos rodea.

Lo anterior no implica que las creencias y razonamientos fueran desechados por completo, es sólo que pasaron a segundo término: dejaron de ser una fuente sólida de conocimiento, para ceder ese lugar a la ciencia. Posteriormente, ambos aspectos pasarían a constituirse como objetos de estudio de la misma ciencia.

Hasta este punto nos hemos referido, groso modo, al proceso histórico por el que han atravesado generaciones en la explicación de los fenómenos circundantes, es decir, todos aquellos fenómenos externos que tenían lugar fuera del individuo y que incidían en su vida cotidiana, así como en su forma de ver el mundo; en consecuencia, el conocimiento de lo interno tuvo un desarrollo más lento.
Durante las últimas tres décadas, el desarrollo tecnológico y los avances de la ciencia médica han permitido al ser humano conocerse más a sí mismo. Es en este contexto donde se desarrolla también el estudio de la actividad cerebral, auxiliado por técnicas innovadoras que permitieron trazar mapas e, incluso, obtener imágenes de las regiones cerebrales que se activan cuando el individuo se somete a ciertas actividades.
Gracias a ello fue posible iniciar un vertiginoso desarrollo en la construcción del conocimiento de los procesos que conforman la actividad de los seres humanos, y fue posible también sentar las bases de las neurociencias, a fin de comprender el funcionamiento cerebral.
Pero a la par que la ciencia se consolidaba como eje rector en la conformación del conocimiento, aquello que le era “ajeno” también se desarrollaba en el ceno de la cultura de las distintas civilizaciones; nos referimos a las humanidades, y también a las ciencias sociales.
De manera práctica, podemos referirnos a las humanidades como todo aquello que le es inherente al ser humano, entendiendo por ello ideas, formas de pensamiento, formas de expresión, usos, costumbres y tradiciones que conviven con las ciencias de lo social, como el Derecho, la Historia, la Economía, etcétera.
Por Muchos años, prevaleció la tendencia de mantener a las humanidades en un ámbito separado de la ciencia, si bien hubo quienes dedicándose a las humanidades también fueron gente de ciencia, y viceversa.
Es innegable que, mientras se mantuvo un enfoque discordante entre las ciencias y las humanidades, los hombres y mujeres abocados al estudio de las disciplinas fundamentadas en cada una, hayan advertido elementos comunes entre ambas; no obstante, poco se hizo por conciliar ambos ámbitos, y aun menos se hizo por estudiar las relaciones que guardan entre sí las ciencias y las humanidades.
Lo anterior prevaleció hasta hace algunos años, cuando las técnicas avanzadas en el estudio del cerebro, como la obtención de imágenes cerebrales por emisión de positrones, la electroencefalografía y la Neurotermografía, entre otras, “permitieron obtener imágenes cerebrales dinámicas de personas inmersas en interacciones simbólicas culturalmente significativas, o bien en el instante previo a la toma de decisiones éticas o económicas, o incluso durante la apreciación visual de obras de arte”[1].
A decir de Francisco Gómez-Mont, pionero en el estudio de las Neurohumanidades en nuestro país, la aplicación de estas tecnologías permitieron la aparición de “una nueva ventana transdisciplinaria”, la cual, a partir de la confrontación de las disciplinas hace emerger información nueva que las vinculan entre sí, ofreciendo una nueva visión de la realidad. Se trata del surgimiento de las Neurohumanidades.
En efecto, éstas vinculan las disciplinas que estudian lo humano y la neurociencia. Se trata de encontrar las bases neuronales de la actividad humana, si es que de esta manera podemos resumir la finalidad de las Neurohumanidades de forma genérica.
Durante la primera década del siglo XXI, las Neurohumanidades han conformado diversas áreas de investigación que vinculan los conocimientos humanísticos con los neuronales.
Así, por ejemplo, de acuerdo con Gómez-Mont, “las fluctuaciones espaciotemporales del flujo sanguíneo cerebral ante decisiones económicas” son el fundamento de la Neuroeconomía[2]. Con base en ello, los investigadores descubrieron que “la activación del núcleo de accumbens durante la experiencia de ganancia económica resulta similar a la encontrada por la Neuropsicofarmacología en personas ante la expectativa de una dosis de cocaína”[3].
Por otro lado, el Neuroderecho se encarga del estudio de las relaciones entre la actividad cerebral y los crímenes, al mismo tiempo que por medio de esta transdisciplina se buscan nuevas formas de argumentar en los tribunales con base en la evidencia de imágenes cerebrales.
El arte también constituye un importante campo de estudio sobre el cual las Neurohumanidades han echado raíces, en tanto que el Neuroarte se encarga d estudiar las interrelaciones de los módulos cerebrales inherentes al inconsciente visual “y de cuya integración emerge la conciencia visual”[4]. Tales circuitos se hayan en estrecha relación con la experiencia del espectador frente a diversas manifestaciones artísticas como la pintura, la música, la danza o la literatura, de tal suerte que la Neuroestética, la Neuroespiritualidad y la Neuroliteratura se han constituido como transdisciplinas que, si bien históricamente fueron separadas del ámbito científico, ahora forman parte de una beta de conocimiento encaminada a hallar las relaciones que guardan entre sí la actividad humanística y el acontecer neuronal develado por la ciencia.
Una de las aplicaciones más interesantes de las neurohumanidades se da en el ámbito de la colectividad y las interrelaciones humanas. Se trata de las Neuroidentidades, encargadas del estudio de la interacción del individuo con su entorno y cómo esto afecta a los procesos de recepción, asimilación, almacenamiento y abstracción de información, propios de la cognición.
Cimenna Chao, maestra en psicología cognitiva y sensopercepción, asegura que el contexto cultural incide en el proceso cognitivo de manera directa, cuando favorece ciertos patrones de organización social sobre otros, y de manera indirecta cuando conduce la atención a distintas partes del entorno. Estos procesos están relacionados con grupos celulares especializados en los procesos de aprendizaje social, conocidos como neuronas espejo, localizados en la corteza temporal del cerebro.
De acuerdo con la investigadora, “el hecho de que estos sitios corticales estén asociados al procesamiento del lenguaje, las emociones y la empatía, podría ser indicativo de la estrecha relación que guarda el funcionamiento cerebral individual con la acción recíproca que subyace al entorno colectivo”[5].
En otras palabras, la Neuroidentidad es el proceso biosocial que conlleva a la conformación de ciertos rasgos que definen a un individuo como una entidad perceptual-cognitiva-cultural, en un tiempo y en un contexto determinado.
La relación entre la percepción de uno mismo y la que tenemos del otro hacia nosotros, es lo que nos permite reconocer nuestra propia identidad, así como nuestras diferencias y similitudes con respecto a los demás.
Los estudios sobre neuroidentidad son muy recientes. Durante el IV Coloquio de Neurohumanidades, Cimenna Chao expuso que en Estados Unidos, un grupo de investigadores estudiaron la percepción visual en un grupo de jóvenes japoneses y otro de americanos para identificar en ambos las regiones cerebrales que se activan ante estímulos inherentes a la cultura propia de cada grupo, y cómo es que el cerebro reacciona ante estímulos culturalmente ajenos al individuo.
Fue así como los investigadores concluyeron que se activan las mismas regiones corticales, pero de forma inversa en cada grupo al realizar tareas que culturalmente les resultan ajenas, es decir, el grado de activación cortical varía con el tipo de tarea realizada en cada grupo cultural, por lo tanto se requiere mayor control sobre la atención si la tarea no es culturalmente familiar.
Al enfrentar a los sujetos con adjetivos que los describen a sí mismos, y adjetivos que describen a los otros, los investigadores concluyeron también que no hay diferencias interculturales significativas (entre Asiáticos y Occidentales) al recordar adjetivos que describen al “Yo”, toda vez que ambos grupos recuerdan mejor estos adjetivos que los que describen a los otros.
El estudio demostró que la amígdala es una estructura cerebral asociada al reconocimiento de las emociones en otros, así como a la memoria emocional, en particular a la formación y reconocimiento de emociones asociadas al miedo.
La capacidad para anticipar situaciones de peligro, por ejemplo, a través de reconocer la expresión del miedo en otros es crucial para cualquier individuo. Reconocer expresiones de miedo en miembros de la propia cultura produce una mayor activación de la amígdala, comparado con la activación que producen expresiones de personas étnicamente distintas a uno.
Expresiones de miedo en miembros del mismo grupo cultural, por ejemplo, conllevan a un estado de mayor alerta hacia la propia seguridad, pues mi seguridad se relaciona a la seguridad de mi grupo cultural. En conclusión, la amígdala se sintoniza a las características de su grupo cultural.
Los estudios demostraron que el cerebro es un sistema dinámico que se adapta a las condiciones externas, por lo tanto es maleable. Así mismo, los procesos neurocognitivos individuales se encuentran vinculados a los procesos de cognición sociocultural, es decir, es en el otro donde se reconoce la identidad propia (ya sea a través de las diferencias o de las similitudes).
La continua interacción entre el entorno cultural y la biología da forma a la arquitectura mental y neurofuncional del cerebro humano, y por tanto a la Neuroidentidad, ésta entreteje los procesos de percepción-cognición y cultura del yo y del otro.

Aun falta estudiar la Neuroidentidad en distintas culturas alrededor del mundo, sin embargo, sociólogos, antropólogos y etnólogos han comenzado a elaborar estudios sobre las representaciones simbólicas que elaboran los individuos de una colectividad a partir de sus semejantes y del entorno que los circunda.
Sin embargo, y pese a que el campo de estudio de las Neurohumanidades es tan vasto como las humanidades mismas, la investigación apenas comienza. Aun falta mucho por investigar en los diversos campos donde las Neurohumanidades hayan cabida, como en la relación de lo humano con la creatividad matemática y la neurociencia cognitivo-computacional.
En la medida que el avance de las neurohumanidades se consolide, estaremos más cerca de comprender los misterios del cerebro y su relación con lo humano.

[1] Gómez-Mont Ávalos, Francisco. “Neurohumanidades”, en Ciencia y Desarrollo. Conacyt. Enero, 2007. Pp. 33
[2] Ídem, Pp 35
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ídem. Pp. 41

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